Dos pintores, Toulouse-Lautrec y Van Gogh, son los máximos exponentes del postimpresionismo, etapa en la que sucede una revisión de la escuela impresionista. El postimpresionismo recupera la importancia del dibujo, así como captar la expresividad de las cosas y las personas iluminadas.
Toulouse-Lautrec nació en Albí, en el seno de una familia aristocrática. De pequeño, un desgraciado accidente le impide el crecimiento de sus piernas. Encontraba en el alcohol y en la bohemia parisina su vía de escape para escapar de su tragedia. En sus obras destacan los trazos rotos y nerviosos, de abreviaciones inestables de las formas, que se combinan con toques coloreados, planos cromáticos tomados de las estampas japonesas y sobre todo líneas dinámicas y posiciones instantáneas.
Baile en el Moulin Rouge, de Toulouse-Lautrec. |
El holandés Van Gogh llega a París en 1886, lugar en el que aprendió la técnica impresionista. Más tarde, en 1888 se estableció en Arlés. Sentía un gran entusiasmo con la luz de la Provenza, razón por la que pinta paisajes y figuras de formas serpenteantes. Motivos tales como los cipreses llameantes, los suelos que parecen estremecidos por terremotos o los edificios de líneas retorcidas, fueron repetidos en sus obras. En 1890 se suicida con un disparo de revólver, en un lamentable ataque de locura.
Los girasoles, de Vincent Van Gogh. |
Gauguin se inicia en el Impresionismo con Pissarro; deja una vida cómoda y a su familia, mudándose a París y Bretaña, para finalmente instalarse a Tahití en 1891. Para Gauguin la luz no es tan importante como el color y su exaltación. La fascinación de sus cuadros radica en la calma de las zonas anchas de colores,. Al mismo tiempo renuncia a la perspectiva, suprimiendo el modelado y las sombras.
El mercado, de Gauguin. |
Más revolucionario aún fue el arte de Cézanne. Este pintor vivió en la Provenza, solitario, meditando sobre las relaciones entre la forma y el color. Cézanne busca en la naturaleza las formas esenciales, para él las figuras geométricas. En sus paisajes destaca la silueta de los árboles, de sus casas, de los caminos...
La montaña Santa Victoria, Cézanne. |
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