jueves, 12 de septiembre de 2013

La Guerra Civil Española (1ª parte). Causas de la guerra

Como en todo conflicto, las razones que impulsan una sublevación militar son múltiples y obedecen a varias causas y, en concreto, en el caso español son la consecuencia de una serie de problemas aún no resueltos desde principios del siglo XX.

El más importante de ellos es el problema social; las enormes diferencias de clase entre los trabajadores y los propietarios agrarios o industriales, que se traducen en unas pésimas condiciones laborales y de vida, sobe todo de los primeros. Los odios eran profundos y la lucha de clases se había radicalizado durante la segunda República, debido a las esperanzas de los trabajadores en las reformas - legislación laboral, reforma agraria - y a la tenaz resistencia de los propietarios ante cualquier cambio. El problema agrario, de forma especial, fue uno de los desencadenantes de la guerra.

Al conflicto social se añade el problema regional: la fuerza que habían adquirido, en las primeras décadas del siglo, los nacionalismos periféricos chocaba con la oposición de la derecha política y del ejército al Estado autonómico, iniciado en la Segunda República. La cuestión religiosa constituyó otra causa de conflicto, ya que dividió profundamente a la sociedad española. Por un lado, se encontraban los defensores de mantener la posición dominante de la Iglesia en la sociedad y, por otro, el anticlericalismo radical de los republicanos y del movimiento obrero.

Manifestación frente al antiguo Ministerio de la Gobernación, en 1934.
Los gobernantes de la segunda República no lograron dar solución a estos problemas. El maximalismo de algunos dirigentes de la izquierda llevó a situaciones sin salida. Ello desgastó a los verdaderos republicanos, asustó a la gran masa neutral y dio argumentos a los enemigos del régimen.

Por su parte, la derecha social y política se opuso con todas sus fuerzas a las reformas y, desde febrero de 1936, también al régimen democrático, que hacía peligrar su poder político y su predominio social, recurriendo al ejército y a la fuerza para poner fin a la experiencia democrática de la Segunda República. Además, para algunos militares, en España había una revolución marxista en ciernes; esto justificaba, para ellos y para la oligarquía, el levantamiento armado. El ejército tenía aún la obsesión de intervenir en política de forma activa por su creencia en una misión y en un deber que cumplir.

En definitiva, la guerra se debió a la confrontación entre los viejos grupos oligárquicos, y la pequeña burguesía y el movimiento obrero, que pedían la redistribución del poder mediante la aplicación de un sistema democrático con partidos políticos, autonomías y constitución. El intento de la República por modernizar el país reformando la sociedad y el Estado fue contrarrestado por una resistencia obstinada a cualquier cambio.

Barcelona, 1936.
La coyuntura internacional tampoco ayudó a solucionar los problemas, más bien contribuyó para engrandecerlos. La crisis de las democracias occidentales y el auge de los movimientos y regímenes totalitarios influyeron en el nacimiento de la guerra y en su desarrollo, pues propició el apoyo de los regímenes fascistas y de la URSS a alguno de los dos bandos enfrentados. El avance del fascismo tuvo dos consecuencias importantes en la política española. Por un lado, la fascistización de la derecha española, que se va a decantar mayoritariamente por el recurso a la fuerza y por el desprecio de la democracia como sistema político, y que se manifiesta en la fundación, en 1933, de Falange Española, principal partido fascista, y en la creación de las JAP - Juventudes de Acción Popular -, milicias de jóvenes de la CEDA, organizadas con modos y lenguajes fascistas.

Por otra parte, el temor del movimiento obrero a la implantación en España de un régimen fascista, por lo que se organizan militarmente con el fin de evitarlo mediante la revolución en octubre de 1934 y se crean milicias comunistas y socialistas, enmarcadas en las Juventudes Socialistas Unificadas - JSU -.

La espiral de violencia creció en los meses posteriores a la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936; el asesinato del teniente Castillo el 12 de julio por un grupo de falangistas y la muerte esa misma noche del líder derechista Calvo Sotelo por policías y guardias de asalto, como represalia por el fallecimiento de Castillo, marcaron el paroxismo de la violencia política. El gobierno de Casares Quiroga se vio impotente para detener los enfrentamientos entre milicias de izquierda y de derecha, y los militares conspiradores encontraron la excusa para inclinarse definitivamente por la sublevación en los días siguientes. El orden público, que desde el inicio de la Segunda República constituyó un problema para el régimen y que fue instrumentalizado por la derecha en detrimento del mismo, representó finalmente otro motivo para la sublevación.

La Guerra Civil Española (2ª parte). El desarrollo bélico

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