domingo, 20 de enero de 2013

El nacimiento de los regionalismos periféricos: Vasco (parte II)

Anteriormente comenzamos con el nacimiento de los regionalismos periféricos de España, abordando en ese caso el nacionalismo catalán. En esta ocasión nos centraremos en el nacionalismo vasco, la otra gran corriente nacionalista del país.


El nacionalismo vasco

Un decreto de 21 de julio de 1879 puso fin a las exenciones fiscales y militares de las que había venido disfrutando el País Vasco  medida que provocó un profundo malestar en algunos sectores sociales que acabarían convergiendo en torno al ideario nacionalista de Sabino Arana. Al analizar el nacionalismo vasco hay que tener en cuenta varios factores que le anteceden y lo explican. Por una parte el peculiar marco político tradicional de la zona, en el que destaca el protagonismo de sus instituciones forales, cuya defensa ya había conformado el núcleo del planteamiento carlista.

Por otra parte el proceso industrializador, con las transformaciones sociales que lo acompañaron, había comenzado a amenazar la estructura del mundo tradicional vasco. La supresión de los fueros en el País Vasco determinó la aparición del movimiento del fuerismo, que aspiraba a una política de unión de todos los vascos , al margen de los partidos existentes, y a la autonomía de la zona. En el terreno cultural, la sociedad Euskalerria de Bilbao hizo posible la recuperación del euskera como lengua culta, mediante la organización de juegos florales y estudios lingüísticos.

Sin embargo, fue Sabino Arana quien llevó a cabo la formulación del nacionalismo vasco. Defendía la superioridad de la raza vasca, sus costumbres tradicionales, el catolicismo, el antiespañolismo y abogaba por la independencia de la nación vizcaína, guipuzcoana, alavesa y navarra y acuñó el término Euskadi para designar la patria común de todos los vascos.

Sabino Arana.
El proceso industrializador de la zona experimentado durante la Restauración propició la llegada de gran número de inmigrantes -maketos- desde otras provincias, lo que provocó una reacción en contra por parte de un sector de la población vasca. Eran presentados como pobres y racialmente inferiores, obligados por la miseria a buscar trabajo en países más ricos; el maketo era, para Sabino Arana, el causante de todos los males de la sociedad vasca.

En 1893, Arana, que difundió sus ideas de manera constante mediante todo tipo de escritos, reunió a un grupo de amigos en Larrazábal y les presentó su ideario. Comenzó así la fundación de asociaciones para llevar a cabo su proyecto. El Bizkai-Buru-Batzar se convirtió en el embrión del futuro Partido Nacionalista Vasco - PNV-. Ante la actitud represiva del gobierno, que le llevó a la cárcel, y con objeto de lograr el apoyo de la burguesía vasca, Arana se vio obligado a sustituir su discurso antiespañolista por otro más moderado, que incluía la aceptación de España.

El primero, cuyas aspiraciones no parecían factibles en un futuro inmediato, era favorable al retraimiento y confiaba en la aparición de una nueva oportunidad militar. La Iglesia, afectada de manera directa por las decisiones gubernamentales, no podía permitirse una espera indefinida y necesitaba integrarse dentro del marco político, para lo  cual requería los servicios de un partido confesional. 1888 fue finalmente el año de la ruptura y Nocedal concretó motivos de la disidencia: en primer lugar, lo político debía estar subordinado a lo religioso; y, en segundo lugar, había que abandonar la intransigencia legitimista para unificar la antigua España con la moderna. La ruptura significó la exclusión del Partido Carlista de la mayor parte de la prensa católica, aunque en las filas del partido le efecto fue escaso.

Cándido Nocedal y Rodríguez de Flor.
Tras la separación, el carlismo se dotó de una nueva directiva, presidida por el marqués de Cerralbo, que reorganizó el partido. El acta política de la Conferencia de Loredan fue el primer programa carlista en el que se formulaba una doctrina política precisa, lejos de las vagas declaraciones tradicionales que habían caracterizado al movimiento. Constituía un programa sistemático en el que, además de enumerar las ideas fundamentales -unidad católica, monarquía y libertad fuerista y regional-, se determinaban las líneas básicas para una organización política y administrativa. Además, el desastre de 1898 animó a los carlistas a un nuevo asalto al poder, pero la intento de 1900 no tuvo ningún eco. En suma, el proceso de reorganización llevado a cabo entre 1888 y 1897 configuró un partido con una implantación regional limitada y un respaldo popular escaso.

Los integristas, en el Manifiesto de Burgos de 1888, mostraron una concepción estrictamente confesional de la política y del poder, quedando todas sus actividades subordinadas a la norma religiosa y la institución eclesial. El partido celebró su Asamblea fundacional en 1889, en la que se nombró una Junta Central presidida por Nocedal.

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