domingo, 27 de enero de 2013

La guerra colonial y el Desastre del 98 (I)

La presencia española en Cuba era muy importante para ciertos sectores nacionales con intereses económicos en la isla. La burguesía catalana, por ejemplo, exportaba una parte importante de la producción de tejidos de algodón a esta colonia. A España, por el contrario, se enviaba azúcar y tabaco, con cuya venta se lograba equilibrar la balanza de pagos. En este contexto, Estados Unidos propuso comprar la isla a España, pero los políticos dinásticos consideraban que no se podía abandonar Cuba sin combatir, ya que la salida podría provocar una crisis política y, por consiguiente, una amenaza para el propio sistema.

Mapa de Cuba.

En la raíz del descontento cubano figuraba, por una parte, la explotación colonial, y por otra, las restricciones del libre comercio entre Cuba y los demás países americanos, especialmente Estados Unidos, hechos que explican el malestar existente entre la clase terrateniente y los criollos. Además, la dura reacción del Gobierno español llevó a muchos cubanos al exilio. Uno de ellos fue José Martí, quien, instalado en Nueva York, trabajó incansablemente desde 1881 para dar forma coherente al movimiento de oposición a la metrópoli. Su esfuerzo cristalizó con la constitución del Partido Revolucionario Cubano, que buscaba un levantamiento armado.

El gobierno liberal de Sagasta intentó solucionar los problemas con una tímida Ley de Autonomía para la isla, pero ya era tarde. En febrero 1895 -con el "grito de Baire"- se produjo un nuevo y definitivo levantamiento independentista en Cuba, que se convirtió rápidamente en toda la isla en una insurrección general contra España. Durante ese año, las fuerzas rebeldes hostigaron al ejército español y recorrieron de este a oeste la isla.

El gobierno español volvió a confiar en el general Martínez Campos, pero ante su actitud contemporizadora, fue sustituido por Valeriano Weyler quien, con un ejército integrado por cerca de 200.000 soldados, puso en marcha severos mecanismos represivos encaminados al total exterminio de los revolucionarios, aún a costa de arruinar la isla y obligó a la población rural a emigrar a los grandes núcleos urbanos para que la guerrilla no encontrase apoyo material en los campesinos, y así, carente de recursos, fuera más fácil eliminarla.

Dividió el territorio en diferentes áreas que separó con líneas fortificadas o trochas, comenzando así una feroz guerra que se prolongó a lo largo de los dos años siguiente. La superioridad militar de Weyler se enfrentaba al conocimiento y al dominio del territorio por parte de los guerrilleros cubanos, que recibían armamento y suministros de Estados Unidos.

Ejército de operaciones en Cuba, 1898.
Con todo, los mayores problemas para las tropas españolas fueron las enfermedades tropicales, responsable de un mayor número de bajas que la propia guerra. Mientras, en la Península se oyeron voces disconformes y el consenso liberal-conservador sobre la cuestión cubana comenzó a resquebrajarse.

Tras la muerte de Cánovas, Sagasta intentó dar una solucionar el problema aumentando el techo autonómico de Cuba, mediante el reconocimiento de un gobierno propio para cada isla, una cámara de representantes y los mismos derechos que los peninsulares, además de la sustitución de Weyler por el general Blanco, aunque cuando estas medidas empezaron a dar sus frutos, se produjo la entrada de Estados Unidos en el conflicto.

Un hecho fortuito -o quizás no para ciertos historiadores-, la voladura del acorazado norteamericano Maine en el puerto de La Habana, fue el pretexto utilizado por Estados Unidos para intervenir en la guerra.

Hundimiento del acorazado Maine, en Cuba.
El 19 de abril de 1898, el Congreso y el Senado de Estados Unidos acordaron solicitar la intervención armada en el conflicto. También la opinión pública norteamericana apoyaba la guerra, quizás motivada por la propaganda imperialista que desarrolló la prensa del magnate Hearst y del editor Pulitzer.

A pesar de la propuesta española de crear una comisión internacional que investigase el suceso, la administración americana responsabilizó a España del atentado, al ser la única encargada de la seguridad en el puerto. En estas circunstancias, el gobierno del presidente McKinley propuso a España la compra de la isla por 300 millones de dólares. Ante el rechazo español, se envió un ultimátum al gobierno de Madrid en el que se amenazaba con la guerra si, en un plazo de tres días, España no renunciaba expresamente a su soberanía sobre la isla. La guerra parecía inevitable.

Paralelamente a estos acontecimientos, en el archipiélago de las Filipinas se había producido un movimiento semejante (1896), abriéndose por tanto dos frentes de guerra para España. La inferioridad táctica y técnica de la escuadra española era evidente y a nadie sorprendió que quedase rodeada por las fuerzas norteamericanas en Cavite -Filipinas-, donde fue totalmente destruida. al mismo tiempo, el almirante Pascual Cervera recibió del ministro de Marina la orden de trasladarse a las Antillas para defender Puerto Rico. sin embargo, al llegar a Cuba se vio obligado a refugiarse en la bahía de Santiago, creándose así una situación estratégica muy similar a la que muy pocos meses antes se había producido en Cavite. Cuando Cervera decidió una salida desesperada para acudir a La Habana, ninguno de sus barcos pudo salvarse de la superioridad artillera de la escuadra norteamericana. Mientras las Cortes españolas estudiaban las condiciones impuestas por le presidente McKinley, las fuerzas norteamericanas desembarcaban en Cuba y Puerto Rico, adueñándose fácilmente de ambas islas.

Imagen que representa la batalla de Cavite (Filipinas).

No hay comentarios:

Publicar un comentario